Su nombre es Esther Madudu y casi puede afirmarse que es una heroína de nuestro siglo. Atiende a 500 mujeres embarazadas al año y concede a sus futuros bebés el privilegio de evitar la orfandad. Privilegio porque lo hace en un continente, África, en el que cada año una de cada 39 mujeres fallece a causa de complicaciones durante el embarazo o el parto.
Esther Madudu trabaja como matrona en el centro de salud IV de Atiriri, en Katine (Uganda), un pequeño hospital con 34 camas que atiende a alrededor de 100 pacientes al día. Ella y otra compañera se ocupan de los servicios prenatales (revisiones médicas de las madres, educación nutricional, prevención de la transmisión de VIH de la madre al niño, etc.) y de los servicios de maternidad, incluidos el parto y el postparto. Las dos traen al mundo entre 45 y 50 bebés al mes.
Sin embargo, las condiciones no siempre ayudan: “No hay electricidad y los paneles solares no funcionan, así que tenemos que usar la luz de nuestros teléfonos móviles para atender a las madres durante el parto; e incluso en ocasiones, ellas mismas vienen con velas”, cuenta Esther, que el pasado 5 de junio estuvo en Madrid e impartió la conferencia “Salud y mujer en África. Un reto necesario: reducir la mortalidad materna”, enmarcada en el ciclo de La Casa Encendida “Los retos del siglo XXI: otro mundo es necesario”.
Consciente de la importancia y la necesidad de su labor, Esther Madudu se formó en la escuela de enfermería y, gracias a la ONG AMREF Flying Doctors, adquirió conocimientos más específicos para atender partos de riesgo. Ahora, conoce muy bien las cinco causas principales del 70% de las muertes maternas y puede hacerles frente: hemorragias (25%), infecciones (15%), abortos peligrosos (13%), hipertensión arterial (12%) y parto obstruido (8%). Cinco causas que cada año dejan 200.000 muertes y más de un millón de niños huérfanos en África Subsahariana.
Como reconocimiento a su labor y a la lucha de las matronas africanas por la vida de las madres, AMREF, en el marco de su campaña “Stand up for African Morthers”, ha propuesto a Esther como candidata al Premio Nobel de la Paz 2015. El objetivo es alertar sobre la necesidad de nuevas matronas y llegar a formar a 15.000 de aquí a 2015, con el fin de reducir en un 25% la mortalidad materna en la región.
Tendencias de la mortalidad materna
Con motivo del Día de África, celebrado el pasado 25 de mayo, la Organización Mundial de la Salud, el Fondo de Población de NNUU (UNFPA), el Banco Mundial y Unicef hicieron público el informe “Tendencias de la mortalidad materna: de 1990 a 2010”. El estudio señala que en los últimos 20 años la cantidad de muertes anuales ha pasado de 543.000 a 287.000, lo que supone una disminución de un 47%. Sin embargo, a pesar de este descenso, todavía estamos lejos de alcanzar la meta cinco de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), por la que 189 países se comprometieron a reducir la mortalidad materna en un 75% para 2015.
Esta reducción tampoco se ha repartido equitativamente por las distintas regiones del planeta. El 90% de estas muertes se concentran en los 132 Países del Sur y el 56% lo hace en el África Subsahariana. Además, de los 40 países con las tasas más altas del mundo en muertes maternas, 36 son africanos.
Si nos acercamos a estos países, veremos que las historias de sus mujeres son muy similares. En todas ellas la pobreza y la desigualdad tienen un papel protagonista. Las mujeres tienen poca información sobre sexualidad y planificación familiar, no cuentan con dinero ni transporte para desplazarse a un centro de salud y, en caso de llegar, no hay personal suficiente o la clínica no dispone del equipamiento necesario. Esther Madudu recuerda cómo, muchas veces, en sus quirófanos, “un familiar debe ejercer del gancho que sujeta el suero de la madre porque no se dispone del material ni del personal necesario para hacerlo”.
Estas dificultades pueden verse acrecentadas por cuestiones étnicas, geográficas o migratorias. Así, las mujeres que corren mayor riesgo son las que viven en zonas rurales alejadas, en zonas de conflicto, las que pertenecen a minorías étnicas y grupos indígenas, y las afectadas por el VIH.
A todos estos factores se añade el estatus inferior de la mujer, que provoca carencias educativas básicas, matrimonios precoces, desnutrición o prácticas tradicionales de riesgo, como la mutilación genital femenina. Por ello, además de invertir en sistemas de atención médica más sólidos y de asegurar centros de salud que ofrezcan atención obstétrica de emergencia y suministros adecuados, es fundamental que los organismos internacionales, los países donantes y los gobiernos africanos tengan en cuenta las desigualdades sociales y de género subyacentes, ya sea a través de una educación sexual integral, fomentando la equidad desde edades tempranas o intentando sensibilizar sobre el riesgo que suponen algunas de sus prácticas.
Mientras tanto, la mirada clara de Esther no esconde su preocupación. Una preocupación que sobrepasa las fronteras del centro de salud IV de Atiriri, de su propio país, Uganda, y se extiende por todo el continente africano hasta inspirar, tal vez, el lema de la Unión Africana para la campaña para la Reducción Acelerada de la Mortalidad Materna, “África se preocupa: ninguna mujer debe morir dando vida”. Nosotros también deberíamos preocuparnos. Las madres africanas necesitan matronas y África necesita de sus madres.
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